Nunca esperé convertirme en una gamer. Durante la mayor parte de mi vida temprana, los videojuegos me parecían algo para otras personas. Veía a mi hermana jugar Marble Blast Gold, resolviendo rompecabezas y rebotando por los niveles, y pensaba... ¿Cuál es el punto? ¿Solo lo haces una y otra vez?
Luego el mundo se puso patas arriba.
Estaba en el centro durante el 11 de septiembre. Vi los aviones impactar. Vi caer las torres. Llegué a casa físicamente bien, pero algo dentro de mí cambió. No mucho después, desarrollé TOC. Empecé a revisar cosas. A lavarme. A evitar. A repetir. Mi cerebro intentaba darle sentido a un mundo que se sentía tan fuera de control.
Y fue entonces cuando Los Sims entró en mi vida.
Joven jugando a Los Sims en Los Sims (Simception)
Comenzó durante unas vacaciones de verano. Entré en la habitación de mis primas y las vi discutiendo sobre qué atuendo ponerle a un personaje en la pantalla. Parecía un juego de vestir digital, y sabía lo suficiente sobre eso como para sentirme intrigada. Pero luego hicieron clic en un botón, la pantalla cambió, y de repente este personaje tenía una casa. Un trabajo. Una vida. Tenía una familia. Construimos su historia juntas.
Para cuando terminó ese viaje, esa sim había vivido una pequeña vida plena. Y yo había encontrado algo que ni siquiera sabía que necesitaba.
Les rogué a mis padres por Los Sims.
Para quienes no estén familiarizados, Los Sims es un videojuego de simulación de vida que se lanzó por primera vez en 2000. No tiene niveles ni jefes finales. No hay ganadores ni perdedores. Solo construyes vidas. Creas personas, hogares, relaciones, carreras. La versión más reciente, Los Sims 4, se volvió free-to-play en 2022. Los Sims 5 está actualmente en desarrollo. Pero en aquel entonces, todo lo que sabía era que había encontrado algo que me hacía sentir... tranquila.
La franquicia de Los Sims
Porque en la vida real, me sentía impotente. Estaba atrapada en patrones y rituales, tratando de mantener el mundo unido. Pero en Los Sims, no necesitaba rituales. Tenía el control. Podía pausar la partida en cualquier momento. Podía elegir el papel tapiz, el trabajo, el estado de ánimo. Nada sucedía a menos que yo quisiera.
Y eso lo era todo.
A medida que crecía, la vida seguía cambiando. Las escuelas cambiaban. La gente iba y venía. Pero Los Sims se quedó. Se convirtió en mi constante, el único lugar donde todo tenía sentido. En la escuela secundaria, no sentía que encajaba. Era callada, retraída. No me unía a clubes porque no creía que merecía estar allí. Pero en Los Sims, podía ser alguien. Una artista exitosa. Una científica brillante. Una celebridad de cinco estrellas con una hermosa cocina y una piscina en el patio trasero.
No solo estaba escapando a un mundo diferente, estaba construyendo uno en el que deseaba vivir.
¿Y quizás lo más sorprendente? Esas pequeñas victorias digitales empezaron a importar. No se sentían falsas. Me dieron permiso para imaginar algo más grande para mí. Si mi sim podía escalar a la cima de su carrera, quizás yo también podría. Si ella podía encontrar amor, felicidad y estabilidad, quizás a mí también se me permitía desear esas cosas para mí.
Dos jóvenes charlando en Los Sims
Hoy tengo un título en neurociencia y psicología. Tengo trabajo real con mi nombre. Ya no juego a Los Sims todas las noches, pero su impacto todavía me acompaña.
Hay una razón por la que Los Sims ha durado 25 años. No es solo un videojuego, es un lugar para imaginar, para intentarlo de nuevo, para cometer errores y reconstruir. Es seguro. Es nostálgico. Y para muchas personas como yo, es profundamente terapéutico. Te permite soñar sin juicios. Te ayuda a procesar lo difícil a través de algo suave. Te devuelve una sensación de control cuando todo lo demás se siente inestable.
Si nunca lo has jugado, puede sonar tonto. Pero para mí, Los Sims fue un salvavidas. Me ayudó a sentirme menos sola después de un trauma. Me dio espacio para respirar cuando el mundo real se sentía demasiado pesado. Me recordó que la vida que quería no era imposible, simplemente aún no la había construido.
Así que adelante. Enciéndelo. Crea algo bueno. Construye un mundo donde puedas sentirte seguro.
A veces, ahí es exactamente donde comienza la curación.
